Conectando con la naturaleza

Increíble como en los últimos seis meses, a unos pocos kilómetros de Madrid, he visto al menos unas veinte especies de pájaros: herrerillos, capuchinos, carboneros, currucas, pico picapinos, carpinteros, mirlos, papamoscas, mosquiteros, golondrinas, estorninos, verdecillos, abejarucos, abubillas, urracas, pinzones, gorriones, y mis preferidos, los petirrojos (Erithacus rubecula).

Casi todos los pájaros vienen a por comida, ya sea insectos, bayas o aceitunas, y lo hacen con una paciencia admirable, con una educación impresionante que ya quisiéramos ver a veces entre nuestros congéneres. Aguardan siempre su turno cuando se trata de comer pipas o cebo que les he dejado en un olivo o en una encina. Me asombra lo felices y libres que son sin apenas responsabilidades, más allá de su espíritu de supervivencia. ¡Eso es libertad! 

Simplemente observando pájaros durante estos meses de confinamiento, he aprendido muchas cosas, entre ellas la paciencia. Esa paciencia anhelada que a veces cuesta interiorizar. Ese tiempo de espera que te permite poner en valor todo lo que tienes. Es maravilloso descubrir como a través de la naturaleza puedes conectar y conocer nuevas perspectivas de la vida misma.

Aunque soy un neófito en esto de la ornitología, el amor por los animales y la naturaleza me viene desde la infancia y seguramente por la forma que mi padre trataba y cuidaba sus animales en nuestra finca en Colombia. Crecí rodeado de caballos, vacas, perros y mucha naturaleza. Mejor dicho selva, porque era un lugar muy cerca de la Amazonía colombiana. Aún hoy recuerdo muchos de los nombres de los animales que teníamos: las yeguas Castalia, Verbena, mi yegua Estrella, Careta, Zaina, la mula Conga, Confite, el caballo de mi hermano Luis, el toro Muñeco, Cobija, la vaca que mas daba leche y mas paría (una cría cada 10 meses) y los perros pastor alemán, Danger y Sultán. La memoria no olvida esas cosas con las que uno crece y que sutilmente, regresan a tu mente cuando entras en contacto con la naturaleza.

A mis 18 años emigré a Bogotá que en su época tenía más de 4 millones de personas, hoy tendrá unos 10 millones. A los 23 me mudé a una gran urbe norteamericana, Chicago y hace más de 20 años llegué a Madrid donde ya vivían cerca de 3 millones de personas. Ahora, un poco más alejado de las grandes ciudades, disfruto nuevamente de la naturaleza observando esas cualidades de las aves que me recuerdan diariamente la importancia de saber esperar, de tomarse las cosas con más calma y sobre todo de disfrutar lo que cada día trae.

Para iniciar el año, os recomiendo dos de los últimos libros que acabo de leer: “The Invention Of Nature: The Adventures of Alexander von Humboldt, the Lost Hero of Science” (La invención de la naturaleza), de Andrea Wulf, sobre la vida del gran naturalista Alexander Vob Humboldt, en quien, a propósito, se inspiró Darwin para escribir su Origen de las Especies;  y “The Elephant Whisperer” (El susurrador de elefantes), del conservacionista Lawrence Anthony. Ambos extraordinarios, llenos de inspiración aventura y por supuesto, pasión por la naturaleza. 

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